Quién no recuerda aquellos días donde de niños y con la parvada de amigos, íbamos a la panadería de la cuadra y pedíamos un peso de boronitas.
Durante las décadas de 1980 y 1990, una práctica común entre familias de escasos recursos y niños en colonias populares fue acudir a la panadería del barrio a solicitar “un peso de boronitas”. Esta expresión hacía referencia a la compra de restos de pan —fragmentos de conchas, bolillos, cuernitos y otras piezas rotas— que se reunían en bolsas y se ofrecían a bajo costo.
En aquella época, los panaderos separaban diariamente los pedazos sobrantes que, por estar rotos o incompletos, no se colocaban en los mostradores como producto regular. Estos restos, lejos de desperdiciarse, eran aprovechados como una alternativa económica para complementar la alimentación de muchas familias. Con tan solo una moneda, los clientes podían obtener una bolsa con una cantidad considerable de pan mixto, suficiente para acompañar el desayuno o servir de merienda.
La venta de boronitas también respondía a dinámicas sociales propias de la vida en comunidad. Panaderías ubicadas en distintas colonias, eran visitadas a diario por niños que acudían con una moneda en mano, lo que generaba una interacción directa y cotidiana con los panaderos, fortaleciendo el vínculo entre comercio local y vecindario.
Era un negocio de ganar ganar para todos
Este tipo de prácticas, aunque informales, ofrecían un beneficio mutuo: para las panaderías significaba hacer negocios y evitar el desperdicio, y para los consumidores representaba una opción accesible en tiempos de inflación o ingresos limitados. En contextos donde el poder adquisitivo era bajo, la opción de comprar “boronitas” ofrecía volumen a cambio de una inversión mínima.
Actualmente, aunque menos común, esta modalidad de venta aún persiste en algunos establecimientos de barrios tradicionales, adaptándose a nuevas condiciones del mercado y normativas de higiene. Sin embargo, su uso se ha reducido frente al crecimiento de cadenas comerciales y la disminución de prácticas vecinales informales.
Desde un enfoque cultural, la costumbre de comprar “un peso de boronitas” forma parte del imaginario colectivo de quienes crecieron en esa época. Su valor no solo radicaba en lo alimenticio, sino en su papel dentro de las dinámicas familiares, escolares y comunitarias de sectores populares. También refleja cómo el comercio local respondía de forma creativa y solidaria a las necesidades económicas de su entorno.